No quedaban libros, libros de esos que tanto te gustan, de los que saben a galletas y café por las mañanas. Y, mira que busqué y rebusqué, recorrí todos los estantes de la biblioteca, olfateando cada balda, cada rincón, cada lomo, cada página, pero nada… Logré encontrar algunos que sabían a sonrisas, a música, a libertad… pensé en traértelos, pero no te hacen falta, tu ya tienes todo eso… tus ojos son una inmensa sonrisa, tu voz mi música, y tus pies… tus pies tienen toda la libertad que pueda haber en el mundo.
A pesar de todo, no abandoné mi gran propósito, y seguí buscando y rebuscando, aunque alguna gente me mirara con cara de un niño al que le han dado lechuga para comer, y, incluso otros, como la señorita Abie, la bibliotecaria, me tacharon de demente al preguntarles por libros de tales sabores, pero ellos no lo entienden, no, nunca lo podrán entender…
Al final, se me hicieron más de las seis, así que, aquí estoy yo, en tu cocina… he preparado café y he comprado galletas. Y tú, me miras desde el marco de la puerta, descalza, con tu cara de diablillo curioso, y, mientas te doy un libro en blanco y un boli, me das mil y un abrazos de los de oso polar.
¡Será el mejor libro de nuestras vidas!.
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